Todos sabemos que la caries dental es una de las enfermedades bacterianas más prevalentes en la población general, y particularmente en la infantil. Se trata de un problema de salud pública cinco veces más frecuente que el asma y siete veces más común que las alergias. Afecta a individuos de todos los niveles socioeconómicos, pero sobre todo a los de bajos recursos. En los niños es causa de ausentismo escolar y en adultos genera dificultades en la actividad cotidiana.
En los últimos años, las estadísticas demuestran que el 85% de los niños entre 3 y 6 años padecen caries en al menos una de sus piezas temporarias, y que a los 7 años uno de los cuatro primeros molares permanentes presenta caries. El alto porcentaje de prevalencia nos indica que este problema no debe ser considerado de forma individual, sino de manera estructural y contextual (INDEC, 2010).
Si bien existen leyes y programas gubernamentales destinados a la promoción de la salud bucal de la población (por ej., la ley de fluoración de aguas de abastecimiento público), éstas a veces son insuficientes o no se implementan.
Durante nuestra formación universitaria, todos tenemos en nuestros programas de estudios al menos una materia relacionada con la Prevención y la Educación para la Salud en cada uno de los años de duración de la carrera. En el caso de UBA, esto se complementa con Programas de atención primaria en escuelas y barrios carenciados, y con un Programa rural que acerca la odontología preventiva y la atención primaria a lugares de difícil acceso. Por este motivo es que todos nos graduamos con una alta conciencia de la importancia de la Prevención en nuestra incipiente práctica profesional.
Este ideal choca de frente con la realidad en cuanto salimos al mercado laboral, en donde descubrimos que los sistemas de salud, tanto públicos como privados, se enfocan más en curar que en prevenir. En la mayoría de los nomencladores, las prácticas preventivas no están remuneradas o, en el mejor de los casos, lo son a valores muy por debajo de las prácticas restauradoras.
Asimismo, existe una idea colectiva instalada en los pacientes según la cual, si no se les “arregla” una caries o se le hace una extracción dentaria, “no le estamos haciendo nada”.
¿Por qué motivo se cobra más la colocación de un implante que una sesión preventiva que conste de una tartrectomía, pulido de restauraciones, topicación de flúor y sellado de fosas y fisuras?
Frente a este panorama, el desafío está en aunar esfuerzos para reducir la prevalencia de las enfermedades bucales, promoviendo hábitos saludables, controlando los factores de riesgo, facilitando el acceso a la atención odontológica a los grupos más vulnerables e integrando la salud bucal a los servicios de atención primaria de la salud (APS).
Esto puede lograrse mediante alianzas entre los sectores públicos y privados, coordinados por autoridades sanitarias a nivel nacional, provincial y municipal, miembros de la comunidad académica, y odontólogos conscientes y comprometidos con la realidad social. El desafío pasa por cambiar el paradigma de inversión, dándole mayor valorización a las prácticas preventivas.
Este concepto, sostenido en el tiempo, no sólo puede revertir la prevalencia de las enfermedades infecciosas bucales, sino que además implica una reducción de los costos relacionados con la salud bucal en la población adulta.
Odontólogo Sandro Paganucci